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Desde Extremadura

“Acá pasan cosas”

Esta es una crónica de distintos territorios: la casa, las redes y hasta las zonas rurales de España, con una realidad distinta –e invisibilizada- a la de las grandes ciudades.

Por Ana Belén Jara

Al otro lado del charco alguien marca mi número y me pregunta: “Belén, ¿estás bien?”

Yo, que vivo en 60 metros cuadrados con mi gato y mi compañero, encuentro en estas paredes un espacio de tira y afloje por mantener el empleo (o al menos parte de él) y actualizar mi visado de estudiante ante una burocracia que poco responde a la transición a lo digital. Yo estoy “bien”.  Tal vez, como toda comunicadora, luchando contra los bulos que nos llegan cada mañana como, por ejemplo, “aviones y helicópteros del ejército lanzarán legía a las 3 AM”.   

Pero esta casa, como tantas otras en todo el mundo, se convirtió en un mapa chiquito donde nos ejercitamos, comemos, dormimos, estudiamos, trabajamos, discutimos, extrañamos nuestros pagos, nos volvemos a conocer. Pero es una casa, al fin y al cabo, algo que a lo que no todos tenemos acceso en igualdad.

“Yo estoy bien mamá”, pero acá pasan cosas. 

En los medios, y sobre todo en las redes, las tendencias apabullan: un diputado que contrae el Covid-19 twittea que sus “anticuerpos españoles luchan contra los malditos virus chinos” (Javier Ortega Smith de Vox); el rey renuncia a la herencia de su padre, Juan Carlos I, y la ciudadanía responde a su discurso con un cacerolazo; el expresidente Mariano Rajoy (PP) pasea por su barrio, saltándose la cuarentena. Mientras tanto, los vecinos se expresan entre ventanas y vivos de Instagram, otros se despiden a través de Skype, y algunos simplemente sobreviven. Cada casa es un mundo y aprendemos a mirar con otros ojos sus paredes.

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Ana Belén Jara

 

Oriunda de Jujuy, vive en España desde hace más de 3 años.

Lic. en comunicación social y Técnica en periodismo deportivo. Egresada en 2015.

Realizó un máster en Narrativa audiovisual en la Universidad de Sevilla, donde continúa especializándose en comunicación audiovisual.

 

Vive en la provincia de Cáceres y se dedica a la redacción y al análisis de contenidos en las redes sociales. 

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Los balcones se convirtieron en una nueva red social. 

Cae la tarde en Plasencia y la gente emp

Cae la tarde en Plascencia y la gente comienza a asomarse a los balcones.

Flashback al 13 de marzo

El 13 de marzo, el Gobierno de España anunció el inicio del estado de alarma en un país que ya contaba con más de cuatro mil contagios. Hasta un día antes yo tenía en agenda varios eventos sin cancelar, como un congreso en Sevilla, un recital de poesía en Cáceres y un ciclo de charlas en Madrid. Todavía muchas personas permanecían escépticas ante el potencial avance del Covid-19. “A nosotros no nos afecta”, dijo un vecino de la ciudad en la que vivo cuando se negó a suspender las actividades de su local. Creo que todos nos creímos un poco aquello.

Los colegios fueron los primeros en cerrar, y algunos habitantes de las grandes urbes decidieron migrar a sus segundas residencias para pasar la cuarentena. Fue entonces cuando se desató la polémica. Día después, con anuncio oficial en circulación, en los grupos de WhatsApp todavía se planificaban actividades como salir a correr tempranito por el parque, por ejemplo. Así fue; al principio no entendíamos mucho de qué se trataba. 

Poco a poco comenzamos a tomar conciencia sobre el impacto de la pandemia, pero también sobre lo que significaba “estar confinados” y todo el conjunto de operaciones que esto traía aparejado. Creo que nos dimos cuenta de la dimensión de la situación cuando empezamos a encontrarnos en los balcones. 

Los aplausos, además de ser un gesto de agradecimiento, se convirtieron en una especie de rutina, una red social en la que los vecinos nos predisponemos a conversar largo y tendido, a brindar con un vinito, a celebrar los cumples del barrio al son de canciones como “La familia” de los Pimpinela y comentar las principales novedades del día. 

Música y brindis por la familia.

La otra España

Existe una España rural que resiste ante la despoblación y de la que poco se habla en los medios de comunicación. Un país en el que numerosos pueblos ven en la memoria de sus habitantes el único espacio de conservación de sus lenguas y tradiciones. Yo no sabía mucho de esto hasta que me vine a vivir al norte de Extremadura, específicamente a Plasencia. 

En esta ciudad amurallada, los pequeños y medianos agricultores de las comarcas que la rodean encuentran un espacio en el que comerciar sus coloridos productos, como bien lo retrató Sorolla hace un siglo. Se trata del mercadillo de los martes, un clásico en el que los hortelanos de los valles y de las sierras nos acercan sus alimentos de cosecha propia en la Plaza Mayor. Hoy, cuando las calles están vacías, extrañamos el ritual semanal de “echar un café” en algún bar y salir a comprar frutas y verduras de temporada. Los campesinos y artesanos se enfrentan a un confinamiento en el que las grandes cadenas de supermercados son las más beneficiadas en las ventas. 

El autoabastecimiento también es un problema. “¿Cómo es que vivimos tantas personas bajo el mismo techo y luego debemos salir de a uno para ir a nuestra huerta?”, pregunta por teléfono Macu, que vive en Sierra de Gata. En definitiva, el confinamiento en el entorno rural es muy particular y cuenta historias que muchas veces son invisibilizadas y nos llevan a cuestionarnos ¿Cuántas de las medidas son realmente acertadas en estos territorios? Y así pasará seguramente en Asturias, en Galicia, en Castilla y la Mancha… 

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Sin embargo, una de las ventajas de vivir aquí es que casi no existe el anonimato y el sentimiento de colectivo prevalece. Los “makers” hacen mascarillas y las distribuyen en los centros de salud de los pueblos de alrededor, las tiendas locales continúan su producción artesanal y la llevan a domicilio, los artistas nos comparten sus obras, y así, de algún modo u otro, nos encontramos en las carencias evidentes.  

Allá afuera, las cigüeñas se pasean por lo alto y los cerezos del Valle del Jerte florecen. La primavera es inminente y nos deja algo de su belleza por la ventana, como señal de que las cosas también empiezan a cambiar. 

Al fin y al cabo, nos tocó quedarnos dentro, para mirar hacia adentro: para estar más cerca que nunca.

25 DE ABRIL DE 2020

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