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Desde Barcelona

“El verano siempre llega”

 

En tiempos de coronavirus, lo ordinario se vuelve excepcional. Se clausuran los planes y el desafío es sobrevivir, pero la esperanza permanece. El confinamiento implica el silencio abrumador de la ciudad y el ruido doméstico de la cotidianidad mediada.

Por Gabriela del Valle Gómez

 

La originalidad es un bien preciado en la era global. No creo que mi relato lo sea; sólo es una historia más entre las de millones de personas invisibles que habitamos este mundo en decadencia. Vivimos un tiempo donde lo ordinario, lo cotidiano, lo íntimo es excepcional.

 

Barcelona en confinamiento es una experiencia nueva. Aquí siempre hay ruido, el cielo y el mar tan azules, la luz iridiscente del sol al mediodía, la primavera que asoma entre la brisa del Pirineo y la calima del Sahara, los pájaros que revolotean agitados compitiendo rutas con los aviones; todo aquí hace ruido, normalmente.

Los ingleses y alemanes, entre otros, bajan en busca de calor, diversión y borracheras de fin de año escolar y de las innumerables despedidas de solterxs. Los coches, los conciertos, las fiestas, los vendedores de cervezas en la playa y en La Rambla, los y las trabajadoras, les niñes y les jóvenes, las manifestaciones, los políticos, “el procés per la independència”, todo eso no está. Sólo son fantasmas de una ciudad que ahora parece inventada, sacada de un escenario de ficción.

Ahora hay silencio. 

Mi barrio, siempre en movimiento, como los barrios de trabajadores, también está quieto y en silencio. El Covid-19 nos está robando la primavera y con ella todo el asalto a las calles y la ilusión de las flores de Sant Jordi, y los planes de Semana Santa. Ahora no tenemos planes, sólo sobrevivimos cada día.

Desde mi balcón-terraza sólo se escuchan algunos cánticos de alguien en su balcón, o a Freddie Mercury y Montserrat Caballé cantando a la Barcelona de las Olimpiadas del ‘92, los aplausos de las 8 de la noche, los vecinos del ático del otro lado de la calle y algunos fuegos artificiales.

Ahora hay más media.

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 Gabriela del Valle Gómez

 

Licenciada en Comunicación Social (UNC), egresada en 1995.

Máster en Sociología Aplicada por la Universidad Autónoma de Barcelona (2013).

Vive en Barcelona desde hace 20 años.

Investigadora social y consultora, especializada en políticas de envejecimiento.

 

Actualmente también es project manager en COCEMFE, entidad dedicada a la promoción y atención de personas con discapacidad.

La realidad como nunca está mediada: Netflix, Movistar, Google, Whatsapp y enlaces, enlaces, enlaces… Los grupos de padres, del trabajo, de los amigos de mis hijos, de mis amigas de Argentina y de amigos y familia de Francia; hacemos videoconferencias y linkeamos información. Teatrotecas digitales, el Cirque du Soleil, páginas educativas, conciertos en streaming... Hay acceso a sitios gratis mientras dure la crisis, a ver quién conoce el sitio más guay, más educativo, más interesante, menos aburrido. La cotidianidad mediada es similar en todas partes.

Ahora el ruido está en casa

En casa vivo con mi compañero Chris y mis dos hijos, Sacha, de 10, y Telmo, que cumplió 7 en confinamiento. Tenemos rutinas; las tareas, el teletrabajo, la comida, un rato de tablet, otro de TV, lecturas y jugar, jugar y jugar. Los niños juegan al escondite en el piso, se esconden en los armarios, entre las mantas, debajo de la cama, juegan a los coches, pintan, hablan, cantan, se ríen, no tienen planes de futuro, viven el presente. Han comprendido que, de momento, estamos en pausa; no hay futuro más allá de nuestros muros.

Personalmente, me encuentro cómoda en casa; estoy acostumbrada: trabajo desde casa, organizo las rutinas, administro la economía familiar, mantengo las relaciones de cuidado con mi familia en Argentina, estudio, planifico, imagino, sueño, todo desde casa. Mi vida ha sido así. Mi infancia en el campo, mi juventud estudiando, la migración, estudiar otra vez y trabajar, otra vez, desde casa. Me gusta estar en casa, pero también me gusta saber que afuera hay un mundo en movimiento. Hoy el mundo se ha detenido.

Siempre hay desigualdad, solidaridad y, ahora, aire limpio.

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Me quedo en casa sabiendo que disfruto de muchos privilegios:

ingresos seguros, una terraza con sol y vistas, recursos culturales,

una pequeña red socioafectiva y buen estado de salud. Una

invisible, migrante, a veces racializada, esclava del sistema, se

siente privilegiada; cuántas desigualdades hay allí afuera para que pueda sentirme en esta posición. Sin embargo, el virus nos recoloca en la brevedad de los estados de situación. Si entra, puedes ir al hospital y allí verás otra cara de las cosas: está carcomiendo la base material de la estabilidad y te sitúa frente al temor del desempleo y, con ello, ante el fin de cualquier tipo de privilegio imaginado. Porque, al final, sólo somos eso: migrantes, trabajadoras, serviles a un sistema que agoniza.

El poder de los vínculos

Estamos alertas porque el virus se ha encarnizado con los más vulnerables: mella en los barrios con más desigualdades, en las personas mayores, en las que tienen más problemas de salud, se está llevando a los más débiles.

Pero intentamos no pensar y aprendemos de los niños; vivimos ahora. Y nos sumamos a un esfuerzo colectivo, intentamos frenar la curva de contagios, somos parte de una lucha por la vida.

El virus también muestra el poder de los vínculos, la ayuda mutua, el agradecimiento a la cajera del supermercado, a los médicos y enfermeras, y a la recolectora de basura. Desde los balcones la gente se asoma y dice: “¡Gracias!” Decimos gracias; no pedimos más.

El virus también nos ha recordado el valor de la naturaleza. Las primaveras son lluviosas en Barcelona, se ven muchos arcos iris. Quizás por ello, ahora, son un símbolo del “todo va a estar bien” y los niños los dibujan y cuelgan de los balcones. El aire es limpio; por primera vez, no vemos aviones en el horizonte y podemos oler el mar con cada brisa de la mañana.

Ahora, esperamos el verano.

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Sabemos que llegará el verano; ah, el verano mediterráneo… Por aquí la gente espera ansiosa su llegada. “L’estiu”, se dice en catalán. “T’estiu molt” fue el último lema de la campaña lúdica infantil; un juego de palabras con la frase “t’estimo molt”, porque en catalán no se dice “te amo”, se dice “t’estimo”. ¿Es más frío? Quizás, pero también es más libre.

Así es que… aquí estamos, imaginando que el ruido volverá a las calles, esperando el milagro de la Barcelona reinventada después del Covid, cuando seremos libres otra vez y nos iremos al mar, a los bares, a las plazas, nos abrazaremos, nos nombraremos, y haremos planes, porque el verano siempre llega y, con él, el ruido y los planes de la alegría.

Esperamos la reinvención de Barcelona y la del mundo. Nada será igual, todo será diferente, pero podrá ser mejor. Estamos aprendiendo; lo ordinario es verdaderamente excepcional.

Gracias a los que cuidan y curan.

Sábado 28 de marzo, a las 20: aplausos en el barrio Camp de l'Arpa-Clot de Barcelona. Al fondo, la Torre Agbar con la cruz azul que simboliza a los trabajadores de la sanidad.

30 DE MARZO DE 2020

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